Esta canción post rockera se despliega como un paisaje que respira. Aquí no hay prisa, pero si un destino fijo al cual llegaremos gracias a una expansión sonora que nos envuelve poco a poco como si fuera una niebla que se cuela por debajo de la piel. Las guitarras crecen en capas, a veces susurrando y a veces rugiendo, mientras que la batería marca un ritmo que se siente más como un pulso emocional que como una métrica convencional.
Aquí cada reacción fluye hacia la siguiente con una naturalidad hipnótica, como si la canción estuviese siendo descubierta por nosotros en tiempo real. Existe una tensión constante entre lo delicado y lo inmenso de la tormenta que se avecina. Y aquí todo se dice, aparte de en la letra, lo sabemos por los silencios, los crescendos y en los instantes que todo se desborda pero también aparece.
Ideal para que te pierdas en ti mismo y dejes que tus pensamientos encuentren ese espacio que necesitan para expandirse. Es una experiencia y una especie de refugio atmosférico en dónde el tiempo se diluye.






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