Esta colaboración entre el artista y su amigo rapero/poeta es una descarga emocional que fluye como río turbio entre el hip hop confesional y un folk mexicano que late con raíces profundas. Hay ecos de Caifanes, pero también algo más íntimo, algo que arde distinto.

La canción arranca con un dolor contenido, una calma tensa que lentamente se transforma en espiral. El rap entra como daga suave, mientras la voz raspa, confiesa, recuerda. La lírica es densa y visceral, como si cada verso fuera escrito desde una herida aún abierta.

Y cuando llega el coro, todo explota. La resignación no suena débil, suena inmensa, abrumadora. Como si después de tanto dolor, ya no quedara más que gritarle al vacío. Ahí, entre guitarras eléctricas y cuerdas orquestales, la canción alcanza un clímax suculento, oscuro, catártico.

Es una pieza distinta, compleja y sincera, donde el sufrimiento no se disfraza; se abraza, se canta, y se suelta.

Deja un comentario

Tendencias